lunes, 8 de agosto de 2011

Un pirata en agosto

Me lo sugiere José Antonio del Pozo, uno de los teclados más brillantes a este lado de la realidad: "lo de agosto, cuenta lo tu agosto en blanco y negro, pirata solitario incluido". Al maestro se le obedece, aunque se le mienta. Yo le mentí, o casi; le di a entender que mi agosto en blanco y negro era en agosto. Y no.

En mi pueblo, los agostos nos llegaban en julio, el dieciocho de. Y en un par de semanas nos ventilábamos el verano. O se lo ventilaban, porque les hablo de los años sesenta y yo, entonces, no pintaba nada, solo asentía. Así sigo.

El 18 de julio (así en número como que impacta más) llegaba la paga doble y las vacaciones de dos semanas. Aquellos julioagostos de los sesenta me pillaron muy chico y muy solo, no había llegado una hermana que años más tarde vino a destrozar mi principado de hijo único. Tan niño era que entendía el verano como un periodo de la vida en la que uno se puede acostar tarde, beber cocacola y levantarse aún más tarde. Con esta anarquía horaria ya entenderán que de dormir la siesta, nada. Yo lo que quería era calle con los amigos, una calle desierta donde el asfalto se elevaba del suelo aspirado por el sol. Lo quería pero no lo conseguía, al menos hasta las cinco,  las cinco en punto de la tarde que era la hora lorquiana en la a que me levantaban el arresto preventivo. Es por la calor, cariño, argumentaba mi madre. Puede ser. Seguro que lo era.

Las horas de aislamiento, mientras mis padres echaban la siesta, yo las pasaba en un local que unía mi casa con la casa-tienda de ultramarinos de mis abuelos. El local era el almacén de la tienda que, y no sé por qué, le llamábamos "la bodega". Era un local amplio, espacioso, de techos muy altos con vigas de madera. Tenía un lavadero de piedra y estaba repleto de sacos de comestibles: patatas, garbanzos, azúcar...entonces se vendía a granel. Recuerdo, como en un sueño, botellas de Oranje Crush y de Mirinda, de sifones y de La Casera, y garrafones con vino "de la casa". Otras vasijas, ahora vacías, sirvieron años atrás para trasportar de estraperlo, aceite, harina y otras necesidades racionadas por una guerra tan cruel como estúpida.



La Bodega no era vieja, era antigua, como el barco pirata que imaginaba en esas horas en las que sólo yo era capaz de guardar el castillo mientras todos los mayores, ¡irresponsables ellos!, yacían despreocupádamente sesteando el calor julioagosteño. En la bodega, y subido al barco pirata, me anudaba al cuello el delantal de mi abuelo como si fuese una capa; y dos caballos de cartón que tuve hasta que dejé de ser hijo único, Pocholo y Lucero, los alisté como piratas de compañía. Años más tarde supe que los piratas no usaban capa ni llevaban caballos en el barco, lo que me hizo sospechar que los piratas no eran tan buena gente. El argumento de mis historias de piratas eran de tal simplicidad que, de haber introducido algo de sexo -¡Rita Hayworth, Guau, qué gran pirata!- hoy me los hubiera comprado Tele-5 : los piratas de mi barco, o sea yo, eramos lo buenos; los otros, los malos. Ganábamos los buenos.

-Niño, son las cinco. Las cinco en todos los relojes, las cinco en sombra de la tarde. Puedes salir.

Salía. Y un bofetón de sol julioagosteño me devolvía a la realidad.

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miércoles, 3 de agosto de 2011

¡clik-clik!

Después de leer el sms, Margarita Rcchi aspiró con fuerza el aire  libre de humos del Búho Bizco y dibujó una sonrisa ausente, aislada, silenciosa...En la vieja gramola del Búho sonaba bajito una de esas canciones que, según para quién y cuándo, son canciones canallas.



Quien te va a querer así como yo, quien te va a querer, 
Quien te va a querer así como yo, quien te va a querer, 
Quien te va a querer así como yo, quien te va a querer... cuando todo acabe




-¿Buenas noticias, Margarita?
-Jefe...¿quién ha puesto esa canción?
-Ya conoces la gramola del Búho Bizco, de vez en cuando se pone sola, elige una canción y la deja sonar. Siempre hay alguien que pregunta quién ha seleccionado esa canción. Ha sido la gramola, siempre es ella, y siempre sabe qué canción elegir. ¿Va todo bien?

Margarita, olvidando la prohibición, se encendió un Lucky Strike mentolado, aspiró intensamente el humo del cigarrillo y se puso a juguetear con el borde de la copa, primero con los dedos, luego paseando sus labios hasta humedecerlos con el Martini Hemingway.

-Sí, J, todo bien. Es solo que no sabía si se acordaría. Y sí, lo ha recordado...-el silencio que siguió era denso, inquietante, y tan personal que no sabía si era prudente preguntar. Lo hice, pregunté:
-¿De qué, Margarita, acordarse de qué. Y quién?

Buscó en su móvil el sms y me lo enseñó.

Nunca olvidaré la última vez. Galicia estaba a la vera vera del Mediterráneo. Hace tanto...
FELIZ CUMPLEAÑOS.

La gramola, clik-clik, buscó una nueva canción

Y morirme contigo si te matas
y matarme contigo si te mueres
porque el amor cuando no muere mata
porque amores que matan nunca mueren.



-Jefe, por mucho que se quiera no querer lo que se quiere, se acaba sabiendo que se quiere, aunque no quieras.
-¿Quieres contarme algo, Margarita?
-Lola, sirve champan. Es mi cumpleaños.

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