(En la primera parte, de cómo llegó el alcalde al Búho Bizco cuando Jota se disponía a cerrar la taberna.)
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La "mesa invisible", muy solicitada por las parejas en busca de intimidad, está colocada detrás de una gruesa columna, en una esquina del local. El alcalde también parecia necesitar discreción, de manera que fui personalmente a atenderle.
-Vaya sorpresa, Fortunato, ¿qué haces por aquí?
-¿Qué tal Jota, cómo te va?. Necesitaba un lugar discreto y me he acordado de ti. ¿Crees que me ha reconocido alguien?
-La camarera, pero eso no es problema. ¿Qué te trae por aquí?, no nos vemos, ¿desde cuándo, desde la última campaña electoral?
-Por nuestra vieja amistad, Búho, necesito que me eches una mano. Es un asunto delicado.
Conocí a Fortunato hace veinte años, en una de mis actuaciones como espia del Gobierno. ¡Qué tiempos aquellos en los que los espias eramos funcionarios y cobrábamos todos los meses! Por aquella época Fortunato era dueño, por persona interpuesta, de una pequeña cadena de puticlubs de alto postín. Esto sólo lo sabíamos un reducidísimo número de personas, y nunca nadie lo hizo público. El silencio de las otras tres o cuatro personas que lo sabían le salio caro cuando se metió en política. El mio fue prácticamente gratis, únicamente le pedí, siendo ya alcalde, que acelerara los tramites para la apertura de mi despacho de espia privado.
-Tengo una cita
-¿Una mujer?
-Sí, pero no es lo que piensas -el alcalde inició un tenso silencio que duró unos interminables veinte segundos-... se trata de mi hija.
-¿Hija?. Sólo te conozco hijos, dos hijos y ninguna hija.
-Yo tampoco la conozco. Verás, antes de llegar a esta tierra estuve casado en mi Galicia natal. Era muy joven y el matrimonio no funcionó. Nos separamos, y al año siguiente, estando yo aquí, mi mujer murió. Lo que no sabía es que estaba embarazada cuando me dejó.
-¿Y por qué piensas que es hija tuya?
-Pocos años después de la muerte de mi mujer me localizó el cura de mi aldea. Estaba al corriente de todo, me contó que mi mujer sabía que estaba embarazada cuando nos separamos, pero que no me lo quiso decir para que no la molestara. Fue ella quien me dejo. El cura tenía instrucciones de no desvelarme el secreto salvo que le ocurriera algo a ella. Al morir me buscó y me lo contó. Pero no podía ver a la niña, al menos hasta que se casara. Ese era su compromiso.
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En el piso de arriba, en lo de Plinio, el nota se hace cruces porque las intimidaciones -o cautelas- de hoy nos vienen de Cádiz, la liberal.
Por tanto, la hija del alcalde se ha casado y lo ha hecho abuelo? eso hará que el alcalde considere el presupuesto del consistorio y dedique una partida mayor a asuntos sociales y asistenciales?? (guarderías, escuelas maternales, centros de atención local...).
ResponderEliminarEscribes muy bien. Quiero saber cómo se encontrará el alcalde con su hija en esa mesa invisible y de qué hablarán.
un abrazo :)
La hija, en realidad, aún no se ha casado. Parece que su intención es hacerlo, por eso el encuentro con su padre.
EliminarEstá bien traida la influencia que puede ejercer en un alcalde sus circunstanci personal. Da para otro capitulo.
Eres muy amable, Esilleviana. Un abrazo
Tal como está el patio ponerse a la sombra de la hija de un alcalde es buena cosa, siempre puede caer algún carguillo, alguacil, pregonero, o correveidile, o alguna sobvención a tu empresa ficticia.
ResponderEliminarUn abrazo
No está mal visto, Jose. ¡Pero, joder, siempre llegamos tarde!. Con lo de los recortes no les llega ni para una tarde en un club de carretera.
EliminarUn abrazo