______________________
Querido Jota (van dos):
Como continuación a la misiva de ayer y sabiendo que, a pesar de tu ruidoso silencio, estarás preocupado por lo que te adelanté, te cuento:
Estaba citado en el Centro de Salud -el pueblo no da para Hospital- a las 8.45 a.m. para la analítica que ayer te referí. Conocedor que eres de mi proverbial puntualidad ya imaginarás que allí estaba yo, como un clavo, a la hora fijada. La sanidad pública, menos escrupulosa que yo en asuntos de horarios, me recibe cerca de las 9 a.m., que no es retraso escandaloso y encaja en la `ley del cuarto´. Lo duro fue la espera. En una salita repleta de silenciosos pacientes (ahora entiendo el subliminal sentido de los designados como `pacientes´) yo me sentía no más que un infante. Tal era la media de edad. Lo que me cortó la respiración, no obstante, fue ver cómo una señora tuvo que ser abanicada -en espectacular maniobra de primeros auxilios- por dos enfermeras y un médico en un intento de reanimarla tras ser pinchada en repetidas ocasiones sin encontrar el adecuado conducto sanguíneo. Palidecí, sobretodo cuando, dada la dramática situación, cerraron la puerta de la consulta que hasta entonces había permanecido abierta; sin duda con el bienintencionado propósito de tranquilizarnos.
Pasados unos minutos, una grácil asistente sanitaria pronunció mi nombre. Cosa que me emocionó, pues ya hace mucho tiempo que ninguna dama se digna a llamarme. Entro en la consulta donde te pinchan, les pido clemencia, les ruego que se apliquen en su trabajo con tino y esmero, y cierro los ojos. "Es cosa de ná", me dice una enfermera con cara de buitre al atardecer. No le creo y saco fuerzas de donde no las hay. El médico, o enfermero que esto no lo he aclarado, me apuntilla diciendo que "los hombres no nos quejamos". Entenderás, amigo Jota, que el peso de la responsabilidad para con mi sexo me empujó a mantener el temple y la compostura.
Y succionaron, amigo Jota, succionaron varios litros de mi sangre roja y hermosa. Sangre que desde niño había criado con cariño y mimo. Al observar de reojo que la enfermera con cara de buitre al atardecer tenía la jeringuilla en lo alto, me vine arriba: "¿ya está?, cierto, ha sido cosa de nada", dije con aparente indiferencia. El reloj, a pesar de todo lo sufrido, sólo marcaba las 9.05 a.m.
La grácil asistente sanitaria me dice cuándo he de volver a recoger la información que arroje la sangre que me succionaron y la orina que les regalé. Los nervios no me dejaron oír sus instrucciones y tuve que preguntárselo a una atenta señorita que se ocupa de la atención al cliente. "Una semana - me dijo, y continuó- pero con las fechas que son...". Salí al quite: "pasado el plenilunio, ¿no?". "Eso"
Volví al refugio, tosté una media y me preparé un cortado. Ahora, para tu tranquilidad, estoy como una rosa en primavera.
Y nada más, amigo Jota. Aprovecha las lunas llenas y recibe un abrazo.
Goran.
Y Plinio conversando sobre un asunto que pocos quieren tratar